A pesar de todo, es curioso pensar que nuevos riesgos suponen también nuevas oportunidades. Este es el caso de las así llamadas autopistas de la información. En mi opinión, Internet tiene la potencialidad de convertirse en una de las estructuras sociales más democráticas y participativas que las nuevas tecnologías de la comunicación hayan traído a un mundo que celebra en estos días el cincuenta aniversario de la Declaración universal de los Derechos Humanos. También es posible que en esta nueva esfera de comunicación y realidad se esté librando una de las batallas fundamentales por la libertad de expresión y, por ende, por algunos de los derechos contenidos en dicha declaración.
Regímenes dictatoriales y países donde las libertades fundamentales quedan frecuentemente entre paréntesis, muestran un creciente celo por restringir e incluso prohibir la libre circulación de información a través de la misma. Los regímenes democráticos también han percibido que Internet es uno de los foros públicos donde el alcance del poder horizontal de los ciudadanos es mayor, donde los intereses de los actores sociales que han monopolizado habitualmente el acceso a los medios de comunicación e información (PTTs, empresas, editoriales, televisiones, etc) pueden quedar más en entredicho, e intentan actuar en consecuencia. En este caso no nos encontramos con medidas abiertamente contrarias al derecho a la libre expresión de las ideas, pero sí con campañas de sensibilización social sobre una serie de conductas delictivas llevadas a cabo a través de Internet (pornografía infantil, propaganda racista, apología del terrorismo y la violencia, etc.) que parecen pedir a gritos la censura previa y la catalogación de los contenidos de las páginas Web en supuesta defensa de los valores morales. En el fondo, resulta interesante la influencia de la tecnología en el mundo de la cultura, y cómo la tecnología puede dotar de significado a un conjunto de principios que acabarían siendo poco más que una buena declaración de intenciones. Esta relación entre tecnología y valores humanos será explorada a continuación.
Por el hecho de ser Internet una infraestructura técnica orientada a proporcionar una cobertura de comunicación barata, horizontal y de ámbito global, las libertades de pensamiento, credo y expresión no sólo deben aplicarse en toda su extensión a las actividades personales que se llevan a cabo en la red, sino que cobran aquí una relevancia que no aparece en los medios tradicionales de comunicación. Teóricamente cualquiera puede exponer sus opiniones a través de estos medios. En la práctica, sólo los grandes grupos de la comunicación y aquellos que componen los variados mecanismos del poder social tienen la posibilidad real de hacer oír su voz. Por el contrario, en Internet muy pocos medios son suficientes para comunicar un mensaje, para hacerlo llegar a todos los rincones del globo. Cualquiera puede crear sus páginas Web, participar activamente en foros de discusión, enviar y recibir mensajes de correo electrónico a un coste prácticamente nulo. En la red, cualquier ciudadano se convierte en emisor y receptor a un tiempo, y la interactividad y la participación se aúpan como las reglas básicas del juego. Todas estas característica son ajenas a los medios tradicionales. Sin una pluralidad de fuentes no se puede hablar de libertad de pensamiento, conciencia o religión. Sin acceso a medios de alcance internacional no tiene sentido hablar de libertad de opinión y de difusión de las mismas sin limitación de fronteras.
La red aparece así como uno de los escenarios donde se dirime una de las más decisivas batallas por la libertad de expresión y, por ende, por los derechos humanos en general. Veremos cómo se llevan a cabo políticas restrictivas de las libertades mencionadas que inciden directamente sobre Internet y los derechos de proveedores y usuarios.
Aquí surge otra nueva dimensión de la relación entre ética y tecnología: Cercenando el acceso y libre uso de la tecnología se apunta directamente a la libertad de opinión y expresión. Por ejemplo, en la antigua un Unión Soviética era preceptivo enviar al ministerio correspondiente una prueba de impresión de las máquinas de escribir e impresoras que se utilizaran en el país. De esta forma el Estado podía identificar fácilmente el origen de un texto subversivo mecanografiado, o el de un texto fotocopiado. Esta "huella digital" de estas máquinas componía un fichero tan infame como un catálogo de presos políticos. La prohibición de antenas parabólicas para la recepción de emisiones extranjeras de televisión vía satélite en algunos países islámicos integristas también son muestra del miedo a que la tecnología sea vehículo de transmisión de ideas que pueden hacer tambalear las conciencias, que pueden poner en cuestión el credo y las opiniones oficiales.
En los últimos años se ha podido ver cómo el interés regulador de la libertad de expresión por parte de los gobiernos se ha centrado también en Internet. En regímenes dictatoriales o de libertades restringidas se intenta censurar el acceso a la Red con la excusa de la defensa de los valores culturales frente al modelo de vida occidental. En muchos casos, el envío de correo electrónico al extranjero o la consulta de páginas Web no autorizadas trae consigo fuertes penas o cárcel. En los regímenes democráticos – es decir, aquellos que siguen el modelo de democracia occidental – contamos con actividades monopolísticas en la Red, intentos gubernamentales de clasificación y filtrado de contenidos, campañas pro censura u orientadas a la creación de alarma social y el flujo transfonterizo de información. Quizá uno de los problemas que más puedan afectar a la nueva configuración ética de la sociedad es la lindistinción entre contenidos ilegales y contenidos inadecuados. En nombre de la protección, por ejemplo, de la infancia, se propugnan mecanismos que restrinjan el acceso a ciertas páginas Web de contenido inadecuado (pornografía, material para adultos, etc.) El problema está en que esta operación precisa un sistema de clasificación de contenidos, lo que en la práctica resulta inviable dado el enorme crecimiento del número de páginas Web y la diversidad de categorías que presentan. Al final, los filtros de clasificación acaban prohibiendo el acceso a sitios Internet que no tienen nada que ver con información sensible.
Ya contamos, por tanto, con un catálogo de problemas éticos relacionados con Internet. El acceso a Internet y su uso como vehículo de transmisión de ideas y de comunicación personal va sin duda a establecer nuevos criterios de diferenciación social. Individuos, empresas, colectivos sociales que no tengan acceso por razones económicas, técnicas o de rechazo psicológico, se encontrarán en una posición precaria a la hora de definir su presente y su futuro. También el nuevo marco técnico marca una nueva frontera entre el comportamiento aceptable y el inaceptable en la sociedad telemática. Se redefinen los viejos enemigos, y así el revolucionario de ayer es el hacker de hoy. Ya que es posible crear el caos con un módem y un computador, es más que probable que el terrorismo acabe cobrando formas mucho más sutiles y peligrosas, más invisibles aunque no por ello menos dañinas para la sociedad. El terrorismo tradicional dejará paso a un terrorismo electrónico que puede paralizar los sistemas vitales de un país, alterando los registros de las cuentas bancarias, las fichas de los pacientes en la Seguridad Social, los sistemas de regulación de tráfico aéreo y terrestre, etc.
Por primera vez contamos con unas nuevas vías de acceso a la información que con una inversión mínima permiten un alcance máximo. Ahora los hombres pueden establecer en la práctica cauces de comunicación que derrumban los muros de la polis aristotélica. Este cambio cualitativo trae consigo nuevas oportunidades de control social horizontal y participación ciudadana, en pro de una mayor transparencia social. Una consecuencia directa será la amenaza al concepto de fronteras nacionales y creación de comunidades electrónicas. Quizá con la aparición de nuevos canales más democráticos de difusión informativa y cultural y la disolución electrónica de fronteras.
Surgirá una nueva paradoja del poder y el control, pues la vulnerabilidad de los subsistemas sociales vitales provoca que cuanto mayor es la sofisticación y la complejidad de los mismos, más difícil resulta detectar un error en el mismo y más fácil resulta atacarlo y ponerlo fuera de servicio. Paralelamente a la aparición del terrorismo electrónico, la guerra de la información sustituye a la guerra fría, y se producirá también lo que podríamos llamar efecto Exocet, según el cual un arma de muy bajo coste (en este caso, un virus informático) puede cargarse a otra mucha más poderosa (un sistema de detección o lanzamiento de misiles). La asimetría de la globalización también preocuparía a un Aristóteles que navegara por los espacios cibernéticos. Cuando las barreras proteccionistas caen, el intercambio es aparentemente libre y total. Sin embargo, los flujos que componen dichos intercambios no caminan en todas direcciones en la misma medida. Existe el riesgo de que los colectivos que producen información y los que sólo reciben información acaben distanciándose cada vez más, de forma nunca se lleve adelante la promesa de un mundo en el que todos tendríamos voz. Las posibilidades son tantas que una nueva ética reclama una protección más imaginativa de la sociedad y de los derechos de los individuos. De hecho, la propia tecnología demanda una protección más global de la libertad de expresión y una redistribución del poder que, por una vez en la historia, podría ser a favor del individuo.
Donas, J. B. (s.f.). ARGUMENTOS
DE RAZÓN TÉCNICA. Obtenido de DILEMAS ÉTICOS EN LA SOCIEDAD DE LA
INFORMACIÓN: APUNTES PARA UNA DISCUSIÓN:
http://www.argumentos.us.es/bustaman.htm
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